Artículo de nuestro socio Ángel Aznárez, notario y ex magistrado del TSJ de Asturias.

Dos son los lugares sicilianos, principales, de El Gatopardo: un lugar real, que es Palermo, y un lugar imaginado, que es Donnafugata. Recordemos que la novela está escrita en los años cincuenta del siglo XX y que refiere hechos ocurridos entre Mayo de 1860 (primera parte) y Mayo de 1910 (octava parte). Muchos lugares importantes de Sicilia, de ahora y siempre, no están en la novela, caso de Messina y Syracusa; hay otros como Agrigento, que son referidos únicamente por su importancia administrativa –carta del prefecto de Agrigento anunciando a don Fabrizio la llegada a Donnafugata del caballero Aimone Chevally di Monterzuolo–, que tienen un importante diálogo al final de la cuarta parte de la novela.

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Y a Agrigento, tierra del azufre y de sus minas, de mineros primero ricos y luego arruinados, nos dirigimos, pasando de la vecindad del azul Mar Tirreno a la del también azul del Mediterráneo. No sólo Agrigento es importante por su rica histórica y con ruinas momerables, sino también, básicamente, por haber sido la tierra natal de dos grandes escritores sicilianos, Pirandello y Camilleri, parientes. Además muy cerca de Agrigento está Racalmuto, lugar de nacimiento de otro escritor famoso: Leonardo Sciascia. Un viaje, de Palermo a Agrigento, por el interior de Sicilia, viendo lo mismo que veía el joven Giuseppe Tomasi de Lampedusa cuando era trasladado en el verano desde Palermo a Donnafugata, lugar de veraneo, que era en verdad Santa Margarita de Belice.

Así se describe en la novela una parte del viaje, a través del interior de la isla:

“Ya eran las once y durante aquellas cinco horas sólo habían visto perezosas ancas de lomas encendidas de amarillo bajo el sol. El trote en los tramos llanos había alternado brevemente con el largo y lento esfuerzo de las cuestas y el paso prudente de las bajadas; paso y trote, por lo demás, igualmente diluidos en el continuo discurrir de los cascabeles, que acaban percibiéndose como manifestación sonora del paisaje incandescente. Habían atravesado pueblos pintados de azul pálido, alelados de espanto; habían cruzado puentes de singular magnificencia tendidos sobre riachos totalmente secos; habían bordeado patéticos precipicios que ni la zahína ni la retama lograban consolar. Jamás un árbol ni una gota de agua: sol y polvareda. En el interior de los coches, cerrados precisamente por causa de ese sol y ese polvo, debían de haber tenido una temperatura de cincuenta grados”.

Nos desviamos en dirección a Corleone y Prizzi, viendo tierras que Javier Reverte consideró infecundas, carentes tan a menudo de agua, estériles y baldías, pareciendo cobrar sentido un refrán siciliano leído en alguna parte: “El estiércol obra más milagros que los santos”. Ciudades siniestras de la Mafia, la cual comprobó que el crimen, incluso el asesinato, organizado y perpetrado por un grupo, es siempre muy favorable al grupo. Entre el grupo y el individuo, el primero lleva siempre las de ganar, de ahí el éxito que tienen las asociaciones para delinquir, tan cercanas al poder, a cualquier Poder. Y en Sicilia se escribió que “con la Mafia, la fidelidad al clan o grupo alcanza su forma más extrema y letal” (de algo de esto trató mi artículo El mal común, publicado el 21 de febrero de 2021 en la Voz de Asturias). Y en Corleone y Prizzi experimenté por primera vez mucho asco al visitar en el cementerio tumbas de mafiosos célebres.

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En el artículo número 15, correspondiente a Escritura y Ateneo, aquí mismo publicados, se copió la disposición mortis causa de Luigi Pirandello respecto al destino a dar a sus restos mortales, habiendo ordenado su incineración, que en 1936, fecha del fallecimiento, estuvo prohibida en Italia hasta finales de los años cuarenta del pasado siglo. Se contaron avatares hasta que las cenizas de Pirandello se pudieron esparcir, como había ordenado, en Agrigento; más en concreto en la finca en la que había nacido, denominada “Il Caos”. Posteriormente a aquel escrito testamentario, se publicó, de Andrea Camilleri, el libro Ejercicios de Memoria (Editorial Salamandra 2020), teniendo el siguiente título el primer capítulo: Las cenizas de Pirandello.

Se cuenta, en el libro de Camilleri, el traslado, en 1946, de los restos incinerados del escritor dentro de una caja de madera conteniendo la urna funeraria, que durante un tiempo desapareció, hasta que se descubrió que tres individuos la habían puesto en el suelo echando una partida de cartas encima. Y concluye Camilleri contando, cómo parte de las cenizas de Pirandello, acabaron en la boca de un tal Zirretta por causa de una ráfaga de viento, no teniendo más remedio que “escupir y sacudírselas de encima, en la finca Caos.

“Y entonces, por fin, las cenizas de Pirandello alcanzaron la paz eterna”, concluye Camilleri. Éste, primo de Pirandello y, como él, nacido en Agrigento, no en la parte alta de la ciudad, en lo alto de la meseta montuosa, sino abajo, en Puerto Empédocles, en el que también nació el filósofo presocrático de los cuatro elementos, muy cerca del Valle de los Templos, del aire, de la tierra, del agua y del fuego, que vio en ellos el presocrático de Puerto Empédocles las raíces eternas de todas las cosas.

Un Pirandello, que con Agrigento, constituye un binomio inseparable, y jugando los pirandellianos siempre entre el ser y el parecer, con conflicto entre la vida y la forma, dudando entre vivir y verse vivir. Y un Puerto Empédocles, también patria de Camilleri, cuya última novela publicada en España es El Rey campesino (Editorial Destino), un campesino que se convirtió en efímero rey de Girgenti, la actual ciudad de Agrigento, “una épica historia de rebelión y coraje” que escribió la prensa italiana especializada.

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En la cuarta parte, De cómo Zosimo se convirtió en rey, escribe Camilleri:

“Entonces Zosimo cogió la corona. Se levantó y dijo, mostrándosela a la gente:

-Esta es la verdadera corona que cualquier verdadero rey debería llevar. Las espinas significan el deber y las preocupaciones que todo rey debe soportar. Yo Michele Zosimo, acepto esta corona y me proclamo rey de Agrigento.

Se puso la corona en la cabeza y se la encajó con fuerza, de modo que de la frente salieran algunas gotas de sangre y resbalaran por la cara…”.

Fui afortunado al haber leído Conversaciones sobre Tiresias en el que este adivino ciego explica, a través de la pluma de Camilleri, misterios de su arte e historia, que empezó Homero, siguió Horacio, luego Juvenal, hasta llegar a Borges y a Pasolini, ayer mismo. ¡Qué mejor acompañamiento para la lectura de un adivino que la compañía musical de un concierto para piano y orquesta del melodioso Rachmaninov!

Camilleri, ya muy anciano, y que en los últimos años de su vida desafió al glaucoma que le obligó a dictar, sin ya poder escribir. En una entrevista al periódico El País (Babelia), el 7 de noviembre de 2015, contestó: “Tuve la oportunidad de conocer a dos o tres maiosos y tenían la fascinación de la simpatía. No eran ni mucho menos personas siniestras. Había que estar atento para no sentir simpatía”.

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Antes de dejar Agrigento ha de contemplarse el llamado “Valle de los Templos”, rodeado de almendros en flor y que los libros turísticos explican para deleite de turistas que nosotros no somos. Nosotros, en este viaje literario, imaginamos y miramos callados los templos griegos, admirados de la unión de la Geografía, Historia y Arqueología; monumentos que también son ruinas, entendiendo que a Sicilia se la llamase también Grecia, la Magna.

 

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Y a pocos kilómetros de Agrigento, ciudad, se encuentra Racalmuto, pueblo; aquél, con Museo de Pirandello; éste, con Museo de Sciascia, al que se puede tocar, pues en la calle principal hay una estatua de don Leonardo, escritor mundial y local. Allá, por el año 2001, se publicó en España, por Alfaguara, la acaso mejor biografía sobre Sciascia, escrita por Matteo Coillurra, titulada Sciascia, el maestro de Regalpetra.

En ese libro se escribe:

.- Sobre Racalmuto: “Es un típico pueblo siciliano, que fue escenario de Las parroquias de Regalpetra, y que algún cronista ha definido audazmente como el lugar de la razón”.

.- Sobre el mismo Sciascia: “Leonardo Sciascia, siciliano, agudo estudioso e interprete de la cultura de su tierra. Esta sicilianidad suya, que al comienzo de su carrera le había dado credibilidad y autoridad intelectual, hacia el final de su vida se interpretó como un inevitable condicionamiento y una involuntaria complicidad. Aunque fue atacado con dureza, nunca se rindió y respondió a cada golpe con argumentos volterianos. Para él la lucha contra la mafia, al igual que su lucha contra el terrorismo, era la frontera donde se arriesgaba la idea de justicia y democracia”.

.- Sobre la última obra, El caso de Aldo Moro: Realiza una lectura que podríamos llamar sinóptica de las cartas del presidente democristiano durante su secuestro, y de los comunicados de las Brigadas Rojas, y llega a una conclusión, que Moro podía haber sido salvado. Lo han asesinado las BR, pero los que deseaban su muerte eran sus compañeros de partido, responsables de la Democracia Cristiana, con la complicidad de los comunistas que no querían que el Estado fuerte cediera”.

Y sobre El gatopardo Leonardo Sciascia del 26 de junio de 1959, pronunció una conferencia en el Círculo de Cultura de Palermo, encontrándose entre el público la esposa de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, muerto ese mismo año, Alessandra Wolff. Leyó una conferencia brillante sobre “un libro ( Il gattopardo) que se ha convertido en un caso literario tan extraordinario que muchos hablan de él sin haber tenido el placer de leerlo y digo placer porque de verdad es una lectura deliciosa”.

Después se desataría la tormenta, pues Sciascia tendría que defender a otro siciliano, el escritor Elio Vittorini, que, coherentemente, con su condición de comunista, atacó, por clasista, el libro del aristócrata Lampedusa.

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