Artículo de nuestro socio Ángel Aznárez, notario y ex magistrado del TSJ de Asturias.
Sicilia, que es la mayor isla del Mediterráneo, mira a tres mares de mucha vida y sol, de mucha muerte y lunas: el Jónico, el Tirreno y el Mediterráneo. Y si Sicilia es la capital de la vida y de la muerte, Palermo, su capital,
también lo es de la vida y de la muerte. No es accidental o casual que en una piazza palermitana, llamada de los Capuchinos (Cappuccini), la muerte, reina siciliana, y también “sinuosa y mundana”, guarde una monumental cripta o un gigante cementerio. Allí está la siguiente inscripción de bienvenida en la calavera y cuerpo que fue de Fra Silvestro da Gubbio, muerto en 1599: “Cómo tu eres, yo fui, como yo soy, tú serás”.Al Convento de los Capuchinos se refiere Il Gattopardo en la sexta parte de la novela, donde se dice: “Lástima que ya no estuviese permitido colgar los cadáveres por el cuello y dejarlos en la cripta mientras lentamente se iban momificando contra esa pared: él que era grande (el principe Salina) y tan alto hubiera quedado muy bien contra esa pared: ¡los sustos que se hubiesen llevado las muchachas al verlo con la sonrisa inmóvil en el rostro apergaminado y los larguísimos pantalones de piqué blancos! Pero no, lo hubieran vestido de gala, quizá con aquel mismo frack que llevaba puesto”.
Un siniestro y macabro depósito, el de la cripta y el de las catacumbas del Convento de los Capuchinos, de cadáveres o cuerpos embalsamados y momificados, del clero y la alta burguesía de Palermo, incluidas mujeres y niños. La vida y la muerte son obsesión de los isleños sicilianos, desde los más ignorantes a los más sabios, desde los criminales mafiosos a los grandes literatos, como Pirandello y Tomasi de Lampedusa.
Del enfrentamiento de Pirandello con la muerte, ya tratamos, aquí en El Ateneo, al escribir acerca del autor de Seis personajes en busca de un autor, pero a él volveremos en la siguiente sexta parte, añadiendo los nuevos datos suministrados por su pariente Andrea Camilleri, en la reciente obra Ejercicio de memoria, publicada en 2020 por Salamandra.
Gioacchino Lanza Tomasi, primo lejano de Giuseppe Tomasi di Lampedusa y que éste llamó “hijo adoptivo”, que veló por su herencia espiritual al fallecer sin descendientes don Giuseppe, es el autor del Prefacio de la nueva edición revisada de Il Gattopardo y es el autor de la introducción y notas de Relatos, ambos de G.T. di Lampedusa. En aquel Prefacio figura el siguiente texto testamentario, “un texto airado, de un hombre seguro de su muerte”:
Deseo, mejor dicho, quiero, que de mi muerte no se haga ningún tipo de participación, ni a través de la prensa ni de otro modo. Los funerales han de ser los más sencillos posibles, y han de celebrarse a una hora incómoda. No deseo flores, y que nadie me acompañe, salvo mi esposa, mi hijo adoptivo y su novia”. Deseo que mi esposa o mi hijo anuncie por carta mi muerte al ingeniero Guido Lajolo (rua Everlandia-1147, San Pablo, Brasil).
Di Lampedusa falleció el 26 de julio de 1957 de un tumor pulmonar del que se estaba tratando en Roma; su esposa Alessandra fallecería el 22 de junio de 1982. Ambos están enterrados en el Cementerio de los Capuchinos de Palermo, teniendo la lápida blanca de mármol de la sencilla tumba, rodeada de una verja de hierro, la siguiente inscripción: “Giuseppe Tomasi, Principe de Lampedusa. Alessandra Wolff Stommersee”.
El mismo Giocchino Lanza en la Introducción de Relatos escribe:
“Si visitáis la tumba de Lampedusa en los Capuchinos de Palermo, a menudo encontrareis flores. Pienso que las dejan unos lectores que en sus textos han encontrado algún pasaje que les ha reconciliado con la vida: recuerdos del escritos han evocado una complicidad en los recuerdos del visitante”.
A veces se declaraba don Giuseppe ateo, pero parece que no estaba convencido de que todo acabase en este mundo. Palermo es la única ciudad donde hay un fresco titulado El triunfo de la muerte (Siglo XV).
El Gattopardo, más que una novela, se consideró “una gran meditación barroca sobre la muerte”. Javier Reverte escribe: “En su forma de expresión Il Gattopardo se trata de un retablo de connotaciones medievales cubierto con un barniz barroco, con una sucesión de escenas que tratan de la futilidad de la existencia. La narración comienza con una frase dicha en latín por el príncipe de Salina: Nunc et in hora mortis nostrae. Amen (Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén). Y el deseo de muerte está en el largo e importante parlamento del príncipe con Chevally en la cuarta parte de la novela. La séptima parte, sobre la muerte del príncipe, es una meditación sobre el inminente fallecimiento.
I.- Palermo en la ficción:
En Il Gattopardo, en la primera parte, Mayo de 1860, el príncipe de Salina, después de la cena, “en la que el mismo príncipe servía personalmente la sopa, grata tarea que simbolizaba los deberes nutricios del pater familias”, decidió ir a Palermo, y visitar a Mariannina: “Soy un pecador, lo sé, doblemente pecador, ante la ley divina y ante el humor humano de Stella. No cabe duda que lo soy; mañana me confesaré al padre Pirrone”. Y añadió en referencia a su esposa: “Cuando nos casamos todo eso me excitaba; pero ahora siete hijos me ha dado, siete; pero jamás le he visto el ombligo”.
Se describe la llegada a Palermo de la siguiente manera:
“La calle descendía en ligera pendiente y se divisaba la cercana Palermo sumida en la oscuridad. Las casas bajas, oprimidas por la desmesurada moles de los conventos; estos eran decenas, todos gigantescos, a menudo agrupados en conjunto de dos o tres, conventos de hombres y mujeres…Desmedradas cúpulas de curvas imprecisas, semejantes a senos ya sin leche, se alzaban aún más alto, pero eran ellos, los conventos, los que conferían a la ciudad su aspecto sombrío, su carácter, su decoro y al mismo tiempo ese tono fúnebre que noi la frenética luz siciliana conseguía disipar.
Ya en Palermo: “Las calle estaban desiertas, y resonaban al paso cadencioso de las rondas que pasaban con las blancas bandoleras cruzadas sobre el pecho. A los lados, el bajo continuo de los conventos, la abadía del Monte, los estigmatos, los crucíferos, los teatinos, paquidérmicos, negros como la pez, sumergidos en un sueño que era como el abismo de la nada”.
Y después de atravesar ese barrio: “La calle bordeó la cala; en el viejo puerto pesquero las barcas semipodridas se balanceaban y tenían el mismo aspecto desolado que los perros sarnosos”.
Palermo está igualmente muy presente en la sexta parte de la novela “Camino al baile”, en la cual se narra en noviembre de 1862 una velada en un palacio de Palermo, palacio de Ponteleone acudiendo como invitados los Salina, que se disponía en presentar “en sociedad” a Angélica, la bella prometida del sobrino. Una velada de un baile sin parar, siendo los protagonistas principales Angélica, hija del advenedizo y de la “nueva clase”, apellidado Calogero Sedàra, a cuyo frack le falta chic, y Tancredi, sobrino de Salina, necesitado de los dineros de éste. Como escribió Javier Reverte el cuadro de esa parte de la novela es barroco, lleno de luces y de sombras, de seres de ojos vivaces sobre un talón de oscuridad”. “Al fin y al cabo, los palermitanos son italianos, y por ende tan sensibles como los demás a ala fascinación de la belleza y al prestigio del dinero; por otra parte todos sabían que Tancredi no tenía un cuarto”.
Se dice que “Palermo atravesaba a la sazón uno de sus períodos de vida mundana, y los bailes estaban a la orden del día. Tras la llegada de los piamonteses y los sucesos de Aspromonte, espantados los expertos de la expropiación y la violencia, las doscientas personas que componían la “buena sociedad” no paraban de reunirse, siempre las mismas, para felicitarse de que existieran todavía”. “El breve trayecto hasta el palacio Ponteleone discurría por una maraña de callejuelas oscuras, y se avanzaba lentamente: via Salina, via Valverde, la baja de los Bambini, tan alegre de día con sus tiendecitas abarrotadas de figurillas de cera, y tan lúgubre por la noche. Las herraduras de los caballos resonaban cautelosas entre las negras casas que dormían o aparentaban dormir”.
Acabado el baile, que se prolongó hasta las seis de la madrugada, “en las calles ya había un poco de movimiento: algún carro cargado con montones de basura cuatro veces más altos que el borriquito gris que lo arrastraba”, y “en el interior, en la sala del buffet, desierta, solo había platos arrasados, filtrándose la luz del alba por las rendijas de los postigos”.
II.-Palermo en la realidad:
Sicilia fue territorio esencial en la 2ª Guerra Mundial, con enfrentamientos incluso cuerpo a cuerpo, entre soldados del Eje, nazis invasores, luego expulsados, y soldados aliados, que resultaron ganadores, siendo luego premiados la Mafia y los mafiosos por su colaboración a favor de los aliados. Es de destacar la más importante operación anfibia en la Gran Guerra (1943), abriéndose el camino a la posterior invasión aliada de Italia, arrestados Mussolini y el Rey de Italia.
La ciudad de Palermo fue sometida a intensos bombardeos aéreos por parte de los aliados, particularmente su centro histórico; un avión aliado, americano, el 5 de abril de 1943, dejó caer un obús destrozando la mansión-palacio en que don Giuseppe di Lampedusa había nacido, abandonando éste Palermo, y recuperando parte de la valiosa biblioteca y el lujoso mobiliario. De vuelta a Palermo, dice Javier Reverte que Don Giuseppe: “No hacía otra cosa que leer, adquirir, libros, comprar pasteles y, ocasionalmente, dar clases de literatura, sin cobrar nada, a un grupo de jóvenes escogidos por él. La cultura del Monstruo era inmensa”.
Añade Reverte que trabajaba a diario, en el café Mazzara o en su biblioteca, siempre a mano, con letra refinada y pequeña, y que “el encorvado y grueso Giuseppe Tomasi tomaba a menudo la Via Roma, camino de uno de los dos cafés desaparecidos, que le gustaba frecuentar: el Mazzara y el Caflisch en la zona de la Via Rugggero Settimo. Allí sentado en un velador, permanecía escribiendo durante un largo rato, delante de una taza de café”.
Escribe Manuel Vicent (El País, domingo 25 de agosto de 2019): “En el café Mazzara, un día de 1954, antes de que llegaran sus amigos de tertulia, don Giuseppe abrió un cuaderno y empezó a escribir la historia del príncipe Salina, que iría desgranando secretamente durante dos años. A horas muertas, como una oruga que va creando un capullo de oro, el cuaderno comenzó a llenarse de palacios y jardines, de amores y adulterios pegados a la sensación del tiempo fugaz, como los líquenes se adherían a las estatuas que adornaban la escalinata de su palacio”.
En Relatos don Guiseppe escribe: “Me resultará muy doloroso evocar a la amada desaparecida (la casa-palacio) tal como fue hasta 1929 (terremoto de Messina), en su integridad y su belleza, y como con todo siguió siéndolo hasta el 5 de abril de 1943, cuando unas bombas transportadas desde el otro lado del Atlántico la buscaron y destruyeron. La primera sensación que acude a mi mente es la de su amplitud”.
Y añade: “Todo en ella me gusta: la asimetría de las paredes, el tamaño de los salones, los estucos de los techos, el mal olor de la cocina de mis abuelos, la fragancia de violeta del tocador de mi madre, del calor sofocante de las caballerizas, el agradable olor a cuero limpio de los guadarneses, el misterio de ciertos apartamentos no acabados de la segunda planta, la inmensa cochera donde se conservaban las carrozas; todo un mundo lleno de amables misterios, de sorpresas siempre renovadas y siempre gratas…La casa estaba escondida en una de las calles más recónditas de la vieja Palermo, la Via Lampedusa, en el número 17”.
La casa de Palermo tenía dependencias en el campo que realizaban su encanto. Entre ellas estaba Santa Margherita Belìce, que en Il Gattopardo se denomina y es Donnafugata, describiéndose en la novela con minuciosidad el anual traslado desde la casa palermitana a Santa Margherita o Donnafugata.
III.-Palermo hoy
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No hemos pretendido, por supuesto, hacer una guía turística al uso; sólo un recorrido literario con la pluma de Giuseppe Tomasi di Lampedusa y de otros. Hay muchas y esplendidas guías turísticas sobre las catedrales de Palermo y Monreal, sobre Palacios y Museos, sobre joyas y obras de arte maravillosas, amalgama de arte árabe, normando y bizantino. A ellas me remito y aconsejo consultar y disfrutar .
Mencionaré, para concluir, que, para conocer Palermo, es necesario perderse por los callejones que rodean el importante Corso Vittorio Emmanuele y adentrarse en el Mercato della Vucciria, mercado de abastos, con puestos de verduras de mil colores, peces espada recién pescados y pirámides coloridas de especias, todo como en un zoco oriental, manera propia para comprobar y contemplar la mezcla extraña entre lo oriental, árabe, y lo occidental, europeo, tan parientes en Sicilia.
Continuará, pues en la sexta parte, los trasladaremos a Agrigento.
Ángel Aznárez.