Artículo de nuestro socio Ángel Aznárez, notario y ex magistrado del TSJ de Asturias.

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La única referencia que hay en la novela Il Gattopardo a la localidad siciliana de Taormina -hoy sin duda el lugar de mayor importancia y excelencia turística de toda la Isla- se encuentra al final de la Cuarta parte de la obra literaria, dentro del impresionante diálogo que mantienen el Príncipe Salina y Chevalley di Monterzuolo. En ese diálogo, el primero dice al segundo: “Esta Tierra que a pocas millas de distancia tiene parajes infernales como los que rodean a Randazzo y otros tan bellos como la bahía de Taormina”.

Dejando atrás el aeropuerto de Catania, siguiendo la carretera que bordea el Mar Jónico, que estamos en la costa este de Sicilia, yendo en dirección norte, se llega a Messina, zona del Estrecho, que une la isla de Sicilia y la región de Reggio Calabria, ya en la península italiana. En ese lugar se abrazan la mafia siciliana y las diversas mafias continentales, de mordeduras mortales como serpientes venenosas, que se arrastran y esconden en unas tierras que estuvieron, pasado, políticamente muy vinculadas a reyes y reinos españoles. ¿Tendrá algo que ver lo español con lo mafioso italiano?

En esta costa, llamada la “costa griega” de Sicilia, cuenta la leyenda que tuvo lugar el episodio narrado en el final del Canto IX de La Odisea, en el que se escribe: “Al oírme se puso más y más furioso (el cíclope), así que arrancó la cumbre de una alta montaña y la lanzó justo delante de mi nave (Ulises) y a punto estuvo de arrancar el timón. El mar tembló cuando cayó la roca, y la ola nos empujó hacia la orilla”. Ese mismo episodio en otra traducción se escribe así: “Él, entonces, alzando un peñón muy grande con inmenso vigor, lo lanzó a rodeabrazo; nos cayó algún tanto detrás de la nave de proa azulada, casi a punto de herir el timón en su extremo. Al venirle desde arriba el peñón, se solevó la mar y el reflujo impulsó hacia delante el bajel acercándolo a tierra” .

Taormina está en un alto; en realidad es un balcón de maravillas y de maravillosas vistas, que miran, abajo, muy abajo, la bahía y/o golfo, el llamado Golfo di Naxos, y también se ve, abajo, la joya ferroviaria del ferrocarril Syracusa-Messina, denominada Stazione Taormina-Giardini.Naxos. Lo alto y lo bajo se unen por un funicular construido a principio de siglo pasado, el XX. A los lados se pueden ver, en la distancia cercana, el imponente volcán Etna, fogoso y cubierto de nieve, el único que está activo en Europa, así como el Teatro Griego, un teatro originalmente del siglo III antes de Cristo, convertido por los romanos en circo en el siglo II después de Cristo.

Y como lo que se puede leer en guía turística o Internet, aquí no lo “copiaremos” o repetiremos, pues no nos interesa en nuestro viaje literario, destacaremos únicamente:
–Unas calles que son como de “cuento de hadas, enriscadas y sombrías, pero luminosas”, con imponente luz del sol durante el día y con luces artificiales de noche, alrededor de la vía principal que es el Corso Umberto I, de la dinastía de los Savoya y no de la de los Borbones Dos Sicilias. Ese Corso es lugar apropiado para excitar la lengua y sus papilas con helados muy italianos y sabrosos. ¡Qué envidia, escrito desde una ciudad, como Gijón, de tanta ramplonería en la industria heladera! ¿Qué fue de aquellos carritos de Los Valencianos o de Los dos Hermanos, con sus mantecados y turrones, que se cruzaban en Capua con los carritos con cajas con hielos de las vendedoras de sardinas de Cimadevilla?

–En ese Corso de Taormina se pueden ver a pintores con sus artefactos para el arte, que producen cuadros de figuras y de colores excepcionales. Es normal que allí pintaran Gustav Klimt y Paul Klee. Y muy cerca del Corso se encuentra la joya del Convento San Domenico, que permite comer y dormir mirando, desde lo alto, al infinito mar Jónico. Hoy es un hotel de los mas lujosos y sibaritas de Italia, del que fueron huéspedes Eduardo VII (1906), Jorge V (1924) o Alfonso XIII. Un San Domenico muy importante en las producciones artísticas de la ciudad.

Allí estuvo Goethe en su viaje por Italia (1787), a la que llamó “paraíso en la Tierra”, por la espectacularidad de su emplazamiento. Oyó músicas como de dioses y de pájaros, y vio maravillas. Llegó a decir que allí estaba la clave de todo. Y después de la estancia del alemán prusiano pasaron por allí otros muchos personajes de las letras, por ser de moda: Churchill, Mann, Maughan, Capote, Gide, Cocteau, Lawrence y Durrell, entre otros.

María Belmonte es la autora del libro Peregrinos de la belleza, Viajeros por Italia y Grecia, publicado por la editorial Acantilado en 2015. En la presentación o primeras páginas del libro, la autora dice: “En el siglo XVIII dio comienzo esa tradición cultural conocida como el Gran Tour según la cual la educación de un joven aristócrata no se consideraba completa sin la visita a los lugares de la Antigüedad para contemplar in situ la belleza del legado grecolatino. Italia se convirtió en lugar de culto y peregrinación de los nórdicos gracias a libros como Viaje a Italia de Goethe…El Sur se reveló como la tierra de los lotófagos, un territorio encantado al que se accedía tras superar la prueba de los Alpes.

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En el libro de María Belmonte se vincula a conocidos artistas con lugares concretos del Mediterráneo. En concreto a Wilhelm von Gloeden, considerado el “fotógrafo de Arcadia”, lo sitúa en Taormina, adonde llegó en 1878. Escribió que Gloeden encontró en Taormina un paraíso a su medida. Fue rico y dispuso de todo el tiempo para recrear su particular Arcadia; una Taormina gay y del eterno dolce far niente. El éxito de Gloeden fue paralelo al ascenso de Taormina como sofisticado centro de vacaciones para la gente acomodada fin de siècle.

Se sucedían las fiestas galantes en el Hotel San Domenico, que, aún hoy, se ven volar los fantasmas de en otro tiempo frailes Dominicos, de hábito blanco y negro, que pasearon rezando y predicando para ellos mismos por celdas, pasillos y claustros. Un claustro que fue utilizado después por Gloeden como escenario fotográfico, para su fotografías escandalosas y pecadoras de desnudos masculinos. Y todo ello en una Sicilia, primitiva, feudal y católica, con acusaciones de pornografía, acabando con todo ello la Primera Guerra Mundial. El fotógrafo esteta murió el 16 de febrero de 1931.

Y ahora, bordeando otro mar, el Tirreno –costa tirrénica- transitando por una autovía construida por la mafia –allí y en cualquier lugar, aquí también, las grandes obras públicas son construcciones de mafias y por mafiosos- llegamos a Cefalú, donde dos llamativas torres dejan ver la catedral (1131), basilical, que contiene una de las obras de arte, a mi juicio, más importantes de toda Sicilia. Y voy a ella, pues me fascina el arte bizantino, en particular los mosaicos, como los de Ravena.

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La Catedral, que es de estilo árabe-normando, tiene un majestuoso mosaico bizantino que cubre la cúpula absidal y con fondo dorado: representación de Cristo Pantókrátor, el creador, el juez de todo y de todos, bendiciendo. La joya catedralicia fue obra de artistas que el rey Roger II hizo llegar de Constantinopla: un Cristo vestido con una túnica de oro, color que es el de la divinidad, y que lo cubre un manto azul, que es el color de la humanidad. Cristo es Rey, Sacerdote y Profeta, más que símbolo. Y abajo del Pantokrátor, la Madre de Dios, en postura orante.

Ciertamente que una maravilla tal abre los apetitos, y para satisfacer los culinarios con muchas ganas y gustos, hay numerosos y magníficos restaurantes en los alrededores de Cefalú, “trabajando”, como aquí se maldice, exquisitos pescados, y muy cerca del mar, dejando acariciar la piel por la brisa marina, y en compañía de vinos blancos sicilianos de primera calidad.

(Continuará el viaje y llegaremos a Palermo, ciudad muy importante en la novela de Lampedusa, que nos ayudará en el peculiar recorrido, no obstante los bombazos con ocasión de la II Guerra Mundial).

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