El moderno Prometeo: los nueve gigantes, cyborgs e ignorancia artificial

Raisa Gorgojo Iglesias

Conferencia pronunciada el 25 de mayo de 2023 en el Ateneo Jovellanos, Gijón.

Empiezo esta charla afirmando rotundamente que me preocupan mucho los dispositivos que me pueden hacer cambiar, física e intelectualmente. Un objeto capaz de cambiar mi cuerpo (yo qué sé, sacándome dioptrías), mi identidad personal y la colectiva merece una seria consideración. Me refiero, naturalmente, al libro. El papel cubierto de signos tiene el poder de ser físicamente finito y simbólicamente infinito: su contenido varía según quién lo lea, multiplicándose a su vez en las relecturas de un solo individuo en diversos estadios de su vida. Condensa el sentido y saber de la época en que se escribió, dialogando a su vez con la época concreta en que se lee. Es multiforme en su unidad, como una divinidad. Y todo ello, de manera analógica.

Como sé que el título de mi conferencia ha generado perplejidad, lo cual siempre disfruto porque, para mí, los títulos pretenciosos son la enésima broma del academicismo, voy a estructurar mi intervención de hoy en tres partes: quiénes son los nueve gigantes y dónde viven, por qué el moderno Prometeo es un cyborg y, finalmente, porque la ignorancia y no la inteligencia es una construcción artificial. Todo ello, como les he anticipado, es una excusa para hablar de lo que más me gusta y de lo que más sé, que les confieso que no es mucho: literatura. Literatura ultra contemporánea, eso sí, novelas atravesadas por tecnoestructuras amadas, temidas y despreciadas a partes iguales; plataformas, dispositivos y máquinas que, sea cual sea vuestra posición al respecto, han tenido y tienen el poder de modificar nuestros referentes culturales, nuestras identidades e ideas, que han creado incluso nuevas palabras, imágenes y modos de generar cultura. De escribir, de fotografiar y, también, de pensar. Y de pensarnos.

Decía que los títulos pretenciosos me los tomo a broma. Hace unos meses, esa broma fue una serendipia: releí el artículo de Stefano Ercolino (1) sobre la novela maximalista. Les explico. Básicamente, una novela maximalista es aquella que habitaba el espacio cultural de principios de este siglo. Una novela gorda, básicamente (dicho por el propio Ercolino), caracterizada por la exacerbación del realismo histérico de Woods (2) : son enciclopedias de conocimiento subjetivo, casualidades improbables, intertextualidades tales que generan un efecto de extrañamiento grotesco, polifonías disonantes (vamos, muchos narradores a veces incoherentes) y de gran exuberancia diegética, osea, que todo es narrable, hasta el más mínimo detalle que, aunque parezca que no pertenece a la trama, informa sobre ella.
¿Dónde está la broma en una serie de características de crítica literaria aplicadas a un tipo concreto de novela? Pues que, el año pasado, decidí ‘responder’ humildemente a ese sagrado trabajo aduciendo que todas esas características que Ercolino mantiene que solo pueden existir en novelas que supere las quinientas, incluso ochocientas páginas, se dan actualmente en novelas de ciento y poco páginas, al máximo trescientas. ¿Por qué se habrá producido ese agotamiento de la novela ‘maximalista’? Pues, como me dedico a estudiar la influencia de lo digital en nuestras conciencias y nuestra cultura, una de las causas que yo veo es nuestro nuevo modo de recibir la cultura: buscamos la brevedad, la inmediatez, la rapidez. Los dispositivos que hemos inventado y de los que nos rodeamos sin apenas cuestionar su existencia han cambiado nuestro cuerpo (todos hemos oído hablar del alargamiento de los pulgares, por ejemplo), pero también nuestra capacidad de concentración, nuestro arco de atención y, esto sí que me preocupa, nuestra memoria.

Si Ercolino hablaba de la novela maximalista, en el 2022 yo empecé a hablar de la ultranovela, porque va mucho más allá de la página impresa: economiza páginas y palabras para operar sobre la sugestión. También explota lo paradójico, lo grotesco y chocante, sirviéndose del collage y el pastiche… y, como explicaré hoy, se sirve de los nuevos lenguajes y nuevos dispositivos que ya forman parte del zeitgeist de nuestra época. No les aburriré con más características de crítica literaria: piensen en las novelas que estudio como en esta pintura que les muestro (3) : un tema principal con muchísimos subtemas, aparentemente innecesarios pero, sin la existencia de los cuadros en el estudio del artista, ya no habría pintura del estudio del artista. Son novelas, en definitiva, que yo concibo como pequeñas cajas de maravillas: las abro y me encuentro microhistorias minuciosas como un encaje de bolillos; si me alejo, eso sí, el tejido que contemplo, la trama, es única.

Lo que empezó, decía, como una broma (¿qué es eso de usar el criterio libro gordo para hacer crítica literaria? ¡voy a demostrar lo contrario!) fue una feliz serendipia, como les anticipaba: en mi corpus de cuarenta ultranovelas (4) di con un grupo importante que renegociaba las etiquetas de ciencia ficción y distopía (5) . Y de algunas de ellas hablaré hoy, con algunos pasajes chocantes que ilustran una convicción íntima mía: frente los relatos que hablaban de literatura póstuma, de muerte de la cultura a mano de malvados algoritmos, yo defiendo que la novela, en realidad, está en su infancia. Como mucho, su adolescencia.

Habiendo aclarado el tema principal de nuestra charla de hoy, me dispongo ahora a desvelar el significado de mi misterioso título.
¿Quiénes son los nueve gigantes y dónde viven? (6) Estas criaturas multicéfalas, nacidas en las mejores universidades del mundo a base de ingenio, esfuerzo y, por supuesto, dinero y contactos, son las seis empresas estadounidenses de la llamada GMAFIA (o FAMING) (7)-les recuerdo que el único gigante europeo es Spotify-, y las tres empresas chinas (8) que son más discretas en la prensa pero igualmente gigantescas. Como bien saben ustedes, se alimentan a base de datos que, ordenados, generan información y, finalmente interpretados, generan conocimiento. Conocimiento sobre, nada más y nada menos, una misma. Todo el mundo en algún momento ha oído eso de que los teléfonos móviles nos escuchan: no nos cabe duda, pero hay una verdad mucho más incómoda que subyace. No necesitan escucharnos, sino modificar nuestros gustos en base a las prioridades de esos gigantes: volvernos, en definitiva, predecibles. Esas inteligencias artificiales de las que tanto oímos hablar no son sino algoritmos de aprendizaje automático, no magia. No es algo tan misterioso ni las máquinas son tan incomprensibles como nos cuentan cada día en la prensa.

Y no lo digo yo, lo dice Paul Newman (no el actor, sino el ingeniero jefe de Oxbótica (9)): las inteligencias artificiales que copan los titulares de prensa, nuestros sueños y pesadillas, simplemente hacen cálculos de probabilidad. No estamos ante una revolución de las máquinas, sino, en sus palabras, ante una revolución estadística computacional. Sin embargo, el poder que tienen los gigantes para generar narrativas sesgadas y controlar de manera literal el modo en que se emiten, propagan y viralizan esas narrativas nos hacen temer o esperar un futuro distópico o utópico. No hay que temer la tecnología: como se recoge en el trabajo de Müller & Bostrom (2016)(10) , si alguna vez llegan máquinas superinteligentes será, como mínimo, para el 2075.

A quien hay que temer o, al menos, de quien hay que desconfiar, es de la figura del ‘ingeniero jefe’ (más adelante explicaré esta etiqueta): billonarios blancos, bien relacionadas, personajes producto de la fábula del ‘hombre hecho a sí mismo’ que perpetúan su imagen y legado en un clima de constante novedad y supuesta innovación que estimula la revalorización de sus acciones en bolsa. Hombres que salvarán la humanidad con sus inventos,aunque a veces sintamos que la están condenando, y que forjan una personalidad superpoderosa, casi cristológica, a golpe de tweet.

Del ingeniero jefe y lo que puede llegar a hacer nos habla Marta Sanz en Persianas Metálicas bajan de golpe (11), ultranovela (permítanme que use mi etiqueta sin presuntuosidad) que bebe de lo distópico para configurar el reflejo distorsionado de este mundo en un futuro no tan lejano. Como buena ultranovela, su trama es tan múltiple que resulta difícil de asir, y por tanto, de resumir. Sanz nos presenta una ciudad-mundo-corporación, Land in Blue, gobernada por un Ingeniero Jefe que monopolizó los antídotos de una misteriosa pandemia. El resultado es una población joven enferma, encerrada en hospicios, y la economía la saca adelante la población anciana, la única inmune. Todo el mundo respira unas misteriosas flores azules que les hacen olvidar el pasado: solo existe el presente, controlado por todos los dispositivos electrónicos que vende el Ingeniero Jefe, que a su vez controla toda la cultura y menajes emitidos. Todo el mundo ve lo mismo, lee lo mismo, hace lo mismo, piensa igual. La población está vigilada por drones, que son además los narradores de la historia, drones casi con consciencia humana pero que no pueden sobrepasar los límites del código impuesto por el Ingeniero Jefe: en esta distopía que se parece demasiado al presente, Marta Sanz no viola el pacto de ficción y juega con las limitaciones intrínsecas de la inteligencia artificial. La esperanza está en los proles, dijo Orwell en 1984, y será esa población explotada en su ancianidad quien libere a los jóvenes, quien lidere la revolución: el Ingeniero Jefe sobrevive surcando los cielos de Land in Blue, igual que los billonarios a día de hoy se compran islas desiertas para protegerse ante la inminente catástrofe climática (12).

Un factor que diferencia esta astuta distopía de otras es que Sanz pone el foco sobre las mujeres: el ingeniero jefe manda inocular en el ácido desoxirribonucleico de cada jovencita una idea de madre que coincida con la del ingeniero, la tradicional, se imaginarán ustedes. Esa operación permite que cada hija odie a su madre si esta no obedece a ese modelo, hasta el punto de torturarlas a paliza cuando esas hijas alcanzan su adolescencia.. Desintegrando los vínculos más fundamentales, el Ingeniero jefe domina las mentes, atomizando los individuos y encerrándolos en una perpetua soledad, fácilmente controlables y vigilables.

El Ingeniero jefe, definido como ‘el censor de un súcubo grupo de guionistas’ es, al final, el maestro titiritero de un grupo de personas que buscan perpetuarse en el poder a toda costa, subyugando a una población enferma, atemorizada, pobre y sola. Esa sumisión, insisto, se produce no solo mediante tecnoestructuras: también mediante la cultura. Entenderán ustedes por qué empiezo hablando de esta novela: se aproxima a mi modo de leer el momento actual.

Decía que hablábamos de una revolución estadística computacional: lo de la estadística es menos romántico que hablar de super robots y androides, lo sé. Y lo que nos interesa hoy no es tanto las decisiones que toman las máquinas como las que nosotros tomamos en base a ellas. El premio Nobel de economía Richard H. Thaler (13) habló en 2008 de los pequeños empujones que nos da el sistema capitalista en nuestra toma de decisiones, de manera paternalista o abiertamente manipulativa. Que nadie se alarme: la llamada ingeniería social es tan antigua como la organización social basada en jerarquías. El término lo debemos en parte a Edward Bernays, el sobrino de Freud que acuñó en la primera Guerra Mundial eso de que EEUU lleva las democracias por el mundo, responsable de hacer del bacon y los huevos el desayuno nacional… el creador, en definitiva, de la propaganda tal y como la conocemos hoy, consiguiendo ó influir en elecciones presidenciales y en decisiones de Estado. Lo hizo con dinero, poder y contactos, cual Ingeniero Jefe, pero también aplicando las teorías psicoanalíticas de su tío Sigmund Freud a la inteligencia de masa (14).

Y es precisamente la existencia de un super yo, de un subconsciente, lo que nos diferencia de las máquinas: Fuck Data es una novela publicada a finales de 2022, de autoría anónima, que plantea precisamente esa cuestión: en Japón, una empresa intenta implantar en los androides un Super Yo freudiano, pues es la única manera de hacer que la inteligencia artificial androide genere conocimiento propio y pase del corta y pega que, a día de hoy, vemos que Chat GPT hace eficientemente. Lo más interesante de esta novela no es el aspecto plenamente distópico del humano como dios y el androide como humano, sino el futuro que nos describe: uno dominado por inteligencias artificiales controladas por grupos de interés, interés basado en infoxicar. Un futuro, en definitiva, basado en la manufacturación de la ignorancia. Hay tantas reproducciones sin molde, tantos falsos, tantas copias, que es imposible descubrir la verdad. Internet se ha quedado obsoleto en ese horizonte futurista, pero, además, en un mundo de androides aparentemente sofisticadísimos, es imposible saber siquiera si yo misma soy humana o no. Tomar este libro como una fábula presentista es exagerado, pero la cuestión sobre lo auténtico, la copia y lo falso es altamente pertinente: la avalancha sin precedentes de información que recibimos, manipulada por medio de algoritmos pre­dictivos y otras técnicas maliciosas de índole humjana, busca modificar nuestra conducta, en algunas casos, por medio de campañas desinformación. Vivimos, según el filósofo Byung-Chul Han, en una infocracia (15).

En fin, que los androides de momento no me van a suplantar, pero una máquina controlada por unos gigantes me está manipulando descarada y sutilmente. Les propongo una hipótesis algo incómoda: el Moderno Prometeo, fragmentado y, tal vez, un poco monstruoso, somos nosotras y nosotros.

Piensen ustedes en la definición básica de cyborg que habita nuestro imaginario colectivo: un ser humano con partes tecnológicas (tal vez, de brillante metal, llamativo en la pantalla del cine) que le hace superpoderoso. Quiten de la ecuación el superpoder y añadan, simplemente, una leve mejoría. Teóricos como Broncano (16), que exploran las modificaciones corporales en relación a la técnica, hablan de prótesis invasivas, como el marcapasos, que ya nos hacen cyborgs, y prótesis exógenas, como las gafas de realidad virtual, que me quito y pongo a mi antojo. Yo no estudio las modificaciones corporales o la relación cuerpo/identidad/técnica: yo hablo de un cyborg más ‘mental’ y propongo el móvil o el libro como protesis exógenas, dos artefactos meramente humanos cuyo uso modifica nuestra esencia, dos piezas que también quito y pongo a mi antojo en mi cuerpo, cuyo uso me modifica. La diferencia entre el libro y móvil, no lo negaré, es obvia: el libro lo llevo puesto unas horas al día; el móvil lo llevo puesto casi siempre,constituyendo una ventana a un mundo en cuyo diseño no he colaborado. Una novela o un libro de poesía recoge una tradición cultural que me interpela; una buena novela, además, no pretende nada de mí, solo hablarme.. El universo al que me asomo por la pantalla del móvil sí que pretende algo de mí, como ya he explicado y como todo el mundo intuimos.

Cada vez que me conecto a ciertas aplicaciones no solo se mide mi actividad (los ‘me gusta’ que dejo, los enlaces que abro, lo que comparto), sino incluso los segundos que dedico a observar una determinada publicación. Todo cuenta: de ese modo, el algoritmo me ofrecerá lo que más me gusta, perpetuándome en una eterna cámara de eco que, como bien sabemos, tiene gran parte de la culpa en la polarización e infodemia que vivimos. Poco a poco, ese ser no-humano, post-humano, el algoritmo, me ofrecerá otras publicaciones relativamente afines a mí, me irá dando pequeños empujones hasta hacerme prestar atención a algo que, de otro modo, jamás habría conocido o jamás me habría interesado. No hace falta ir tan lejos: el límite de caracteres, la hiperbrevedad, así como el sensacionalismo de titulares de noticias y otro tipo de publicaciones, están cambiando el modo en que recibimos y generamos cultura, el modo en que pensamos. Osea: un artefacto ajeno a mi cuerpo ha modificado mi cerebro y ha influido en mi memoria. Incluso, cuando hablo de mí misma en redes sociales, cuando configuro mi identidad a través de un simple selfie, lo hago siguiendo patrones preestablecidos . En definitiva: nos hemos vuelto cyborgs (17).

Nada de alarmismos, tomemos también otras consideraciones: “Las trayectorias de los artefactos hilan las biografías de los seres humanos” , nos dice Broncano (2012:18). Bernard Stiegler (2014) (18) , a su vez, nos dice que el ser humano se define en relación a la técnica, igual que la hormiga sin el hormiguero es inconcebible. Es decir, lo que nos hace seres humanos es aquello que somos capaces de hacer, por redundante que sea. Ampliar las posibilidades de cuerpo y mente mediante la técnica nos ha hecho cyborgs mucho antes de que se estrenara Robocop en los cines.

Cyborgs que prosumen, eso sí: no nos limitamos a consumir, sino que esos pequeños actos de compartir, tocar botones o incluso observar, son medidos, recogidos y almacenados, influyendo en la cultura que se produce. Existe una mutua retroalimentación entre lo que se crea, lo que se lee, lo que se ve y, en última instancia, lo que se piensa.

Si usted además participa activamente en las redes, subiendo fotos o textos propios, por cotidianos que sean, será un agente cultural sin intención explícita, contribuyendo a la generación de una memoria colectiva. Está usted dejando un patrimonio para futuros estudios sobre nuestra civilización, es usted parte de la biblioteca de Alejandría. No obstante, y esa es desde luego una conclusión secundaria implícita a este trabajo, la superabundancia de mensajes contribuye en cierta medida a una des-memoria colectiva por el proceso mismo de molde y reproducción. Me explico más claramente: generamos contenido identificable según los nuevos códigos y paradigmas, narramos y construimos nuestro avatar, nuestro yo de Internet, usando lenguajes y formas comunes, virales, incluso, en un espacio que Escandell (2015) califica de hipermediado (98) (19). Es decir, un espacio altamente condicionado, impuesto. Un espacio que creemos nuestro pero no lo es.

En definitiva, vuelvo a insistir: están ustedes atravesadas por una máquina en cuyo diseño usted no ha participado. Es, en definitiva, un cyborg.

A ese respecto, y para que esta charla no se convierta en un tostonazo de teoría, quiero ponerles sobre la pista de una jovencísima autora canaria que ha escrito una originalísima novela, Leche Condensada. O ultranovela, mejor dicho, porque tanto su arquitectura como su trama van mucho más allá del papel. La autora recurre al mundo de los videojuegos para narrar sus vivencias, configurando la historia como si de un ‘elige tu propia aventura’ se tratase, con toma de decisiones que impactarán su vida, concretamente, su cuerpo, que es la última frontera imborrable entre lo virtual y lo físico, la confirmación definitiva de que somos seres humanos y no avatares. En fin, la trama es aparentemente simple: una niña narra de la manera más cruda posible los abusos sexuales sufridos a manos de su primo, con una voz preadolescente natural y no impostada, que se recrea en los detalles que más daño le hicieron, en los los más incómodos e incluso escatológicos.

Lo novedoso de esta novela no es solo la impostación a modo de videojuego, pues la autora la maneja de modo sutil y no estorba en la lectura, sino que cada capítulo está ordenado y narrado en torno a un ataque Pokémon, el videojuego favorito de la protagonista. Este proceso de collage o pastiche genera ese efecto de extrañamiento del que tanto les he hablado hoy, pero es que además, al final, aprendemos que se trata del diario que esa niña escribió cuando se le rompió el brazo y no pudo usar las dos manos en su videoconsola: es decir, vemos cómo su memoria está ordenada en torno a un dispositivo digital y la narración que le proporciona, sus recuerdos están hipermediados por una tecnología que hacen de su memoria, en definitiva, una memoria cyborg. Y lo digo como algo positivo, a fin de cuentas, Pokémon es una estrategia para ordenar recuerdos y estructurar su trauma.

Si usted no participa en redes sociales y ni siquiera manda mensajes por Whatsapp, no puede negar que vive en un mundo totalmente distinto: mismamente, a las puertas de las elecciones, vemos cómo a día de hoy se hace política a golpe de tweet: el debate sosegado a dado lugar a la hiperbrevedad, al choque, a la respuesta más o menos ingeniosa, más o menos vacía. Vive usted en un mundo distinto: el metaverso, como la protagonista de Leche Condensada.

Es posible que piense que el metaverso es un mundo virtual perteneciente a Meta, antigua Facebook, y que para acceder necesite usted unas gafas de realidad virtual. Facebook, o Meta, ha colonizado nuestra mente con una narrativa única: nos han vendido que el metaverso es un espacio digital al que accedo mediante una gafas virtuales que me permitirán trabajar o bailar sin piernas en un entorno igual a este.

Y nada más lejos de la realidad: metaverso es un término en realidad acuñado en 1992 por Neal Stephenson en su novela distópica Snow Crash, novela que trata básicamente de lo alelada que está la población por culpa de un mundo virtual creado, precisamente, para alelarla. Parece que a los grandes gurús detrás de los gigantes no han entendido la advertencia que encierran estos textos, pero en fin, yo les estaba explicando qué es un metaverso: un universo más allá de este. El Purgatorio que Dante describiera por primera vez en nuestra Historia, mismamente, es un tipo de metaverso y solo necesito un libro y no unas gafas virtuales para adentrarme en él.
Voy más allá: un universo que va más allá del natural es esta misma sala llena de móviles y pantallas varias. Lacan, en 1970, mucho antes de la multiplicación de los teléfonos en nuestras manos cyborg, habló de la aletosfera, una realidad, esta misma sala, insisto, nuestro mundo, poblada por pequeñas letosas: pequeños objetos producidos por la tecnociencia y de los que vaticina que estarán profusamente ofertados al consumo. Un tocadiscos, una radio, un ordenador, han hecho de nuestro mundo un espacio radicalmente distinto al esperable, un espacio que, además, me modifica a mí, moderna Prometea.

Si quieren ustedes leer una novela contemporánea sobre un metaverso virtual como el de Facebook, debo recomendarles De Nuevo Centauro: propone un mundo en un futuro cercano, destruido por el cambio climático, cuyo único escape posible es precisamente el metaverso. Sus astutas descripciones nos hacen plantearnos una cuestión que hoy no tendré tiempo de tocar, el vínculo entre avances tecnológicos y destrucción del planeta. Irónicamente, en la novela, la única manera de escapar de los desastres naturales es hacia un mundo virtual cuya creación y mantenimiento destruye ulteriormente el planeta. Es el perfecto ejemplo de eso que hoy se llama tecnochovinismo (20): los mismos gurús tecnológicos que causan problemas desde sus grandes corporaciones, son los que pretenden resolver esos mismos problemas desde sus mismas corporaciones, aplicando la misma metodología que nos llevó a tener esos problemas. La pescadilla que se muerde la cola, vamos.

Más allá de la aletosfera y el metaverso, los gigantes y nosotras Prometeas y Prometeos viven en todos estos momentos: necrocapitalismo, capitalismo de los datos, capitalismo de la vigilancia (21), hipermodernidad… Como en Fuck Data, donde los falsos y las copias o réplicas hacían imposible encontrar ya no la verdad, sino mera información, veo en estas etiquetas una necesidad (imperiosa pero entendible) de poner nombre a lo que vivimos, pero de manera acelerada. Un exceso de momentos para hablar de este momento que, de nuevo, me parece otra broma o paradoja del academicismo: la carencia de tiempos y espacios de reflexión sosegada en un ámbito en el que debería ser conditio sine qua non.

La etiqueta que mejor define todo esto, en mi opinión, es el Neobarroco, porque atiende tanto a la expresión cultural como al momento histórico. Pero no solo momento, sino momentos: Neobarroco se refiere a cualquier periodo de la humanidad en que se hayan desdibujado los límites entre científico y mágico o mítico, en el que el exceso y el espectáculo dificulten la reflexión sosegada. Da igual hablar del Vaticano que de Times Square: el ojo no sabe hacia dónde mirar. La cuestión neobarroca conforma prácticamente una disciplina de estudios per se y no es mi intención añadir más confusión al caos que es esta charla, con tanta idea y concepto. Un caos ordenado, eso sí, precisamente como el neobarroco.

Me interesa además la cuestión neobarroca desde un punto de vista meramente estilístico, o lingüístico. Les ofrezco solo una píldora de la vasta cantidad de teoría neobarroca: los procedimientos de condensación, sustitución y proliferación de Sarduy (22), que sirven para travestir mi mensaje y expandir los límites de la lengua más allá del significante y significado. Tomen como ejemplo de travestismo lingüístico este pasaje de la reciente novela Mapas terminales (23): el argumento, como les he dicho sobre mis ultranovelas, es difícil de resumir: baste decir que, un día, una chica pare un bebé transparente con el que solo consigue comunicarse mediante una app, pues él habita, precisamente, en el metaverso. Fíjense cómo en esta página que les muestro se alude a un elemento cultural extremadamente sincrónico, la búsqueda en Google que lleva a la desubicada neomadre a páginas con falsos, con informaciones confusas. Fíjense en el mecanismo de proliferación en sus búsquedas, fíjense en cómo, justo antes de ese nuevo libre fluir de la conciencia, en una sola frase condensada averiguamos de qué pasta está hecho ese bebe monstruito. Sin decirlo explícitamente, sustituyendo una descripción por el bucle infinito de búsquedas por asociación de ideas, entendemos perfectamente cómo es.

Al final, por cierto, no es una novelita simple con un tema grotesco: es una historia de una madre enferma, posiblemente politoxicómana, a la que roban su bebé. Una novela que magistralmente recupera los límites del género fantástico del siglo XIX, pues, como lectora, jamás sabré a ciencia cierta si efectivamente parió un bebé transparente que habita en el metaverso, si nació muerto y, dado el estado de la madre, nunca le permitieron verlo, o si, sencillamente, imagina todo ese mecanismo digital como negación a aceptar y afrontar su duelo.

Les cuento esto para hablarles, antes de entrar en la última sección, sobre la capacidad expresiva de la lengua, su potencialidad para crear universos (o metaversos, como el Purgatorio) más allá de lo electrónico y lo digital. La lengua fue nuestro mejor invento y, como diré al final , el único dispositivo capaz de definirnos como seres humanos.

Ya sabemos, entonces, quienes son los nueve gigantes con los que convivimos. Sabemos que el moderno Prometeo lo encarna cada una de nosotras, cyborgs que prosumen aunque no se den cuenta de serlo. Sabemos que esta misma sala es un tipo de metaverso, un metaverso que habríamos llamado aletosfera de no ser por uno de los nueve gigantes que implantó esa palabra en nuestra cabeza.

Voy a terminar esta conferencia hablando de la ignorancia artificial y respondiendo a la pregunta que constituye el zeitgeist impostado de nuestra era: ¿son las máquinas inteligentes? Respuesta breve y osada: no. Consulten ustedes la definición de la Real Academia para inteligencia, la de cualquier estudioso o estudiosa de la inteligencia artificial,o incluso, la de Hobbes en De Corpore Politico (1665): todo aquello que definen como inteligencia se resumen en habilidades que ya tienen nuestras máquinas, Reparen, eso sí, en la idea de Ortega y Gasset de sobrenaturaleza (24), todo aquello creado por la humanidad que no existía en la naturaleza; verán entonces vínculos con el concepto de aletosfera y, asimismo, con esa idea de que los artefactos hilan nuestras biografías, que somos hormigas inseparables del hormiguero: que somos cyborgs. Basándome en lo que les acabo de comentar sobre la lengua como nuestro mejor dispositivo, yo les propongo una nueva definición de inteligencia: la capacidad de crear sistemas simbólicos. Esta inexacta (y puede que pueril) definición borra de la ecuación el concepto ‘artificial’. El ser humano es capaz de generar un concepto que crea a su vez un mundo nuevo (Purgatorio), una palabra por la que incluso matar (amor, nación), por la que defenderse (honor). Una máquina no haría un texto para divertirse, para comunicar una enseñanza como en un cuento de hadas, para dejar constancia de la grandeza de un país como la época italiana renacentista. No lo haría, sencillamente, porque no es práctico ni eficiente.

Pensemos en las máquinas que vencieron a los maestros del ajedrez y del go. Lo hicieron porque el humano se estresó, se cansó, se desesperó. Una máquina no tiene esas debilidades, ha trascendido la físico y son óptimas compañeras para vivir mejor, liberándonos de tediosas tareas, ayudándonos a operar a corazón abierto con un pulso sobrehumano, posthumano, incluso. Deberíamos analizar la cognición de las máquinas desprovista de emoción, vamos, deberíamos despersonificar los logros de la estadística computacional llamada inteligencia, y no lo digo yo: lo dijo Alan Turing. En una entrevista para el London Times publicada el 11 de junio de 1949, dijo que solo una máquina podría apreciar el soneto creado por otra máquina. Y es que, a pesar de lo que la narrativa imperante nos quiera hacer creer, a pesar de los titulares tendenciosos que nacen para ser virales… las máquinas, parece tonto decirlo, ni piensan, ni sienten ni generan un sistema simbólico propio. Vamos, no tienen cultura. Y no tienen nada de esto porque, sencillamente, aunque las más complejas tengan redes neuronales creadas a nuestra imagen y semejanza, carecen de sistema simbólico, de pasado narrable, de, como decía, cultura… porque no necesitan nada de esto.

Tienen memoria, entendida como almacén de información, pero no recuerdan, no pasan dos veces por el corazón transformando el relato de su yo pasado de modo que coherentemente explique su yo presente. No lo necesitan, insisto: no insertan esos datos o recuerdos en un contexto cultural, individual y colectivo, que den sentido a su propia narrativa. La pregunta de soñar con ovejas eléctricas (25) está viciada: por qué soñarían, si han trascendido las limitaciones humanas.

He recurrido a Turing para devolver un poco de cordura a esa narrativa imperante sobre la supuesta superioridad de la Inteligencia Artificial, pero ahora le criticaré, osada yo: Turing perseguía una máquina perfecta, capaz de tomar decisiones conscientes, a diferencia de los humanos, que también las tomamos de manera inconsciente. Piénsese en un dilema clásico, el del coche autónomo. En caso de catástrofe, ¿a quién mataría? ¿A peatones o pasajeros? Tal decisión no puede resolverse solo con un cálculo estadístico (el coche autónomo mataría al mínimo número de personas posible, pura estadística). A lo mejor usted, dentro de ese coche, tomaría los mandos para salvar su propia vida, pero ¿qué pasaría si los peatones a punto de ser atropellados fueran sus hijos? ¿Qué pasaría si viajara usted con sus hijos en coche? Con este dilema tan, digamos, simplón, pretendo ilustrar que la auténtica inteligencia no es una revolución estadística computacional, y lo que nos diferencia de nuestras máquinas y dispositivos va más allá de habilidades y competencias en todas las áreas de interés.

Voy a terminar con una última broma académica y voy a plantearles una última pregunta, medio broma medio, medio en serio: ¿Sueñan los androides con Jorge Javier Vázquez? L’amore è una atto senza importanza (26) es la última novela de la que les quiero hablar y que ilustra muy bien por qué la narrativa sobre la inteligencia artificial es un castillo en el aire, por qué lo que se cuenta de ella no es sino un espejo de feria que devuelve un reflejo deformado de la realidad: ¿que pasaría si una IA fuera exclusivamente alimentada, si aprendiera a base de programas de Tele5? Tamara, la protagonista de la historia, es una androide creada para uso sexual: una muñeca hinchable con una IA interior muy basiquita pero, como la dejan sola todo el día ante el televisor encendido, aprende alimentándose de Hombres, Mujeres y Viceversa y La isla de las tentaciones, así como de magacines varios que España e Italia compartimos a través de Mediaset. Entre otros resultados que ofrece esta novela (que, como todas mis ultranovelas, tiene muchas intrahistorias), se nos comunica el siguiente: cada acto sexual cruel para con Tamara, tan cruel como solo puede ser el sexo desatado con una cosa que simula ser la persona a la que no te atreves a maltratar, cada acto escatológico y cruel, Tamara lo lee como muestras de amor.

Un dato importante que omití deliberadamente: nuestra androide Tamara no sabe que es cosa y no persona y sueña con que la rescate Maria di Filippi, presentadora italiana híbrido entre Jorge Javier Vázquez y Ana Rosa Quintana. ¿De qué nos informa esta novela, con una premisa aparentemente divertida, incluso grotesca, si se quiere? De que la televisión, reina del siglo XX y reina madre de nuestra era, también nos hizo cyborgs y contribuyó a inocularnos ideas tan artificiales como la del mito del amor romántico, ideas que, por otro lado, ya nos había implantado otro peligroso artefacto, el libro.

En fin, en esta charla he pecado de naif. También, para no aburrir ni tenerles aquí hasta medianoche, de vaga e imprecisa. No he hablado de las consecuencias innegables de las tecnoestructuras, pero, frente a ese maremágnum neobarroco de noticias polarizantes y apocalípticas, ante los cuestionables avances de la biotecnología, la infoxicación, lo falso, las crisis, las mentiras… quería poner el foco sobre la literatura. El texto es nuestro mayor logro, la representación de lo que nos hace humanos, tanto por su capacidad de generar nuevos conceptos, ideas y símbolos, como por su valor como mapa, brújula y, al mismo tiempo, laberinto. Es cierto que todavía estoy al inicio de mi carrera académica, pero me sigue maravillando la capacidad de la literatura no sólo para darme respuestas, sino para hacerme plantearme nuevas preguntas. Y no preguntas cualquier, sino las preguntas apropiadas.

No sé con qué sensación se van ustedes hoy de aquí, más allá de la confusión o el aburrimiento. Si se marchan con una sensación apocalíptica, no se preocupen: ya Platón en su Fedro recogía el malestar generado por la certeza de que el libro acabaría con la cultura de la memoria, que la palabra escrita acabaría con La Cultura, su cultura. Y ya ven todo lo que hemos caminado desde entonces.

Si las novelas de las que les he hablado hoy les han parecido chocantes y, en su efecto de extrañamiento novedosisimo, flor de un día, les digo que se equivocan (humildemente lo digo, claro). Si los neologismos hoy empleados les han parecido pretenciosos, tienen razón, pero si les parecen innecesarios o caducos, también les diré que se equivocan. Mal que me pese a mí. Las nuevas palabras y las nuevas historias (así como los nuevos modos de contarlas), así como los nuevos artefactos, nos dan miedo precisamente porque están sustituyendo el mundo que conozco por otro nuevo. Que muera una palabra que para mí encierra todo un cosmos, y, peor todavía, que muera para ser suplantada por otra a mí ajena, en realidad interpela mi propia mortalidad: la temo y la rechazo porque esa cosa nueva que ha aniquilado la vieja me recuerda que yo también moriré, que ese nuevo mundo en ciernes yo no lo conoceré. Que el mundo cambia, será otro y no mío, que yo no estaré en él. Que no será necesariamente un mundo peor. Pero, ojo, tampoco necesariamente mejor.

Citas bibliográficas:

1.Ercolino, Stefano. «The maximalist novel.» Comparative literature 64.3 (2012): 241-256. https://read.dukeupress.edu/comparative-literature/article-abstract/64/3/241/7718

2.En el llamado realismo histérico, “las convenciones del realismo no se suprimen, sino que, por el contrario, se agotan, se sobrecargan. (…) Una y otra vez, estos libros son elogiados por ser brillantes gabinetes de maravillas. ¡Cuánta diversidad! ¡Cuántas historias! Tantos personajes raros y divertidos!». (Woods 2019: 146). La traducción es propia, el original se encuentra en inglés en Wood, James. Serious Noticing: Selected Essays, 1997-2019. Farrar, Straus and Giroux, 2020.

3.En la conferencia, la presentación mostraba la obra de Willem van Haecht El gabinete de pinturas de Cornelis van der Geest durante la visita de los archiduques (1628), que puede verse en este enlace: https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:The_Gallery_of_Cornelis_van_der_Geest.JPG

4.Algunas “ultranovelas” de este corpus escritas en castellano y cuya lectura me gustó especialmente son: Canto yo y la montañana baila (Irene Solà, Anagrama 2019), Casas vacías (Brenda Navarro, Sexto Piso 2019) o Cauterio (Lucía Lijtmaer, Anagrama 2022), por poner solo los ejemplos que personalmente más he disfrutado. Todas ellas superponen varios niveles de diégesis (para entendernos: varias narradoras), juegan con la temporalidad y entretejen diversas historias o puntos de vista que, una vez finalizada la lectura, conforman una narrativa fragmentada pero homogénea. Dicho en plata: te cuentan una historia única, pero lo hacen a través de varias microhistorias.

5.Me refiero a las siguientes novelas: Fuck Data (Max Power, que en realidad es un pseudónimo, Valparaíso 2022); Mapas Terminales (Lucila Grossman, Lava Editorial 2022), De nuevo centauro (Katixa Aguirre, Tránsito 2022), Leche Condensada (Aida González Rossi, Caballo de Troya, 2023) y Persianas metálicas bajan de golpe (Marta Sanz, Anagrama 2023).

6.El título se inspira en el ensayo Los nueve gigantes: Cómo las grandes tecnológicas amenazan el futuro de la humanidad de Amy Webb (Península 2021). Se trata de un libro muy bien organizado y claro, si bien, en mi humilde opinión, peca de cierto sensacionalismo y se centra fundamentalmente en las necesidades geopolíticas estadounidenses. Aun así, aconsejo su lectura porque resulta muy entretenida, además de tratarse de una obra bastante completa para ponerse al día en cuestiones que nos parecen de ciencia ficción. Otros ensayos divulgativos que he disfrutado son Hola Mundo (Hannah Fry, Blackie Books 2019) o Error 404 (Esther Paniagua, Debate 2021).

7.Me refiero a Google, Microsoft, Apple, Facebook (actual Meta),IBM y Amazon, aunque en la actualidad deberíamos incluir en la ecuación a OpenAI.

8.Serían Baidu, Tencent y Alibaba; asimismo, podríamos considerar gigantes a Xiaomi y, por supuesto, TikTok,

9.Para conocer un poco qué ingenios nos están preparando desde Oxbotica, recomiendo echar un vistazo a su web: https://oxa.tech/

10.Müller, Vincent C., and Nick Bostrom. «Future progress in artificial intelligence: A survey of expert opinion.» Fundamental issues of artificial intelligence (2016): 555-572. https://link.springer.com/chapter/10.1007/978-3-319-26485-1_33

11.Las referencias bibliográficas de las novelas sobre las que hablaré se encuentran en la nota número cinco,

12.Aconsejo vivamente la lectura de Decir no no basta. Contra las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos (Naomi Klein, Paidós 2020).

13.Véase el ensayo del propio Richard H. Thaler escrito junto a Cass R. Sunstein Un pequeño empujón: El impulso que necesitas para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero y felicidad (Taurus 2009). No se dejen engañar por el título, se trata de un ameno ensayo sobre el capitalismo actual, no de un libro de autoayuda.

14.Soy consciente de que estoy recomendando una infinita cantidad de lecturas. En este caso, les recomendaré un documental de libre acceso, The century of the self (2002), que pueden encontrar subtitulado en castellano en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=DnPmg0R1M04&t=17s

15.Me refiero a su celebérrimo ensayo Infocracia (Taurus, 2022).

16.Dentro de los exhaustivos trabajos de Broncano, aconsejo este Broncano, F. (2012). “Humanismo ciborg. A favor de unas nuevas humanidades más allá de los límites disciplinares». Revista Educación y Pedagogía, 24(62), pp. 103-116. https://revistas.udea.edu.co/index.php/revistaeyp/article/view/14197

17.En esta ocasión ‘barro para casa’ y les sugiero un trabajo mío sobre este tema: Gorgojo Iglesias, Raisa. «Apuntes desde el Neobarroco para el estudio de las redes sociales como archivos digitales de la memoria: el fenómeno selfie.» Apuntes desde el Neobarroco para el estudio de las redes sociales como archivos digitales de la memoria: el fenómeno selfie (2021): 314-332.
https://www.torrossa.com/gs/resourceProxy?an=4970691&publisher=FZ1825

18.En Stiegler, Bernard. Symbolic misery. Volume 1: The hyperindustrial epoch. Polity, 2014.

19. En Escandell, D. (2015). Narrativizaciones del yo: los impostores y la construcción del personaje-yo deseado en la sociedad digital. Revista Tempo e Argumento, 7(15), pp. 71-102.
https://e-space.mmu.ac.uk/id/eprint/619442

20. La creencia de que la tecnología ‘siempre tiene la razón’, al igual que las tecnoestructuras (personas, organizaciones y los productos que generan).

21. Zuboff, Shoshanna. La era del capitalismo de vigilancia: la lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Paidós, 2020.

22.Sarduy, S. (1974). Barroco. Buenos Aires: Sudamericana.

23.Me refiero a la página cincuenta y cinco de la novela, cuya extensión hace imposible su reproducción aquí.

24.No puedo evitar una última recomendación. Recientemente, he leído un trabajo sobre la vigencia de las teorías de Ortega y me ha parecido tan problemático como interesante. Aquí lo tienen: Rodríguez, Antonio Luis Terrones. «La actualidad del concepto sobrenaturaleza de José Ortega y Gasset: una mirada desde la inteligencia artificial.» Análisis. Revista Colombiana de Humanidades 52.96 (2020): 165-181. https://webs.ucm.es/centros/cont/descargas/documento29513.pdf

25. Me refiero al celebérrimo clásico de la ciencia ficción Philip K. Dick, ¿ Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (mi edición, la de Norma 2012).

26.Se trata de una novela italiana, sin traducción al español, publicada este mismo 2023 en la editorial 66thand2nd, escrita por una joven autora, Lavinia Manneli, que trabaja en las universidades de Paris Nanterre y Siena en un proyecto sobre mujeres robot.

 

 

 

 

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