Crónica del acto publicada por Ana Ranera en El Comercio

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Entrevista publicada por Ignacio del Valle en El Comercio

«El cine del Oeste es el cantar de gesta que tienen los estadounidenses»
Gran aficionado al cine, presenta este miércoles en Gijón con el Aula de Cultura de EL COMERCIO y el Ateneo Jovellanos su último libro, ‘El asesinato de Liberty Valance’Eduardo Torres-Dulce Ex fiscal general del Estado y escritor

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Nos citamos en las faraónicas oficinas de Garrigues, en la calle Hermosilla, Madrid. Eduardo Torres-Dulce (Madrid, 1950), invariablemente amable y cercano, y que en mi mente siempre está relacionado con las noches cuando era un chaval, viendo ‘Qué grande es el cine’. Sabe de leyes, evidentemente, el ex fiscal general del Estado, pero su padre le aconsejó que se buscase una afición para contrarrestar el potente efecto tractor de la abogacía. Torres-Dulce no se lo pensó dos veces: el cine. Así que hablamos largo y tendido sobre su ensayo ‘El asesinato de Liberty Valance’ (Hatari Books), que descifra las claves de la película de John Ford y que este miércoles, a las 19 horas, presenta en Gijón, en el salón de actos del Antiguo Instituto, en un acto del Aula de Cultura de EL COMERCIO y el Ateneo Jovellanos.

-José Luis Garci define el cine como «vida de repuesto». ¿Cómo lo define Eduardo Torres-Dulce?

-Es complicado superar o discrepar de esa definición de José Luis, que yo creo que tiene mucho de generacional. Para quienes comenzamos a ir al cine en los años 60, era una vida de repuesto, como nuestro metaverso. Si tuviera que hacerlo más personal, el cine es como una ventana a tu propio mundo, tu vida dialoga con las películas. Y como dijo Walter Benjamin, se suspende la realidad, los grandes narradores logran eso cuando se apagan las luces de la sala. A mí, como hombre atrapado en el síndrome de Sherezade, lo que más me gusta es que me cuenten una historia; una historia, como dijo Hitchcock, creada por alguien que sea capaz de suscitar mis emociones y sea capaz de mantenerlas.

-El wéstern es un modelo más antiguo de lo que parece: en ‘La República’ de Platón ya vemos el ciclo tiranía, hybris, libertinaje, y finalmente libertad y democracia, orden, gracias a un héroe.

-Sin duda. Mi amigo Peter Bogdanovich me dijo una vez que las historias están todas inventadas, el problema es cómo las cuentas. El wéstern tiene que ver tanto con la épica como con la lírica: la épica del héroe y la lírica de la emoción. Luego eso lo vas insertando, como ya descubrió André Bazin, quien decía que los americanos, al no tener Edad Media, es decir, cantares de gesta, de frontera, etc, los han recreado en la tradición del Oeste. Una tradición que se crea a medida que se crea la nación americana, el famoso ‘Destino Manifiesto’, el destino de ocupar todo el espacio de costa a costa. Ese itinerario físico, moral, político y social es el que ha vertebrado el Oeste. Una Edad Media concentrada en un siglo.

-En ‘El asesinato de Liberty Valance’ (1962) es evidente esa dialéctica frontera/civilización, ley/caos, pastos libres/ranchos, imperio de la ley/revólver. Y todo cambia con la llegada del ferrocarril.

-John Ford siempre procuraba que no le tomaran por un artista, pero era un creador muy reflexivo, acerca de lo que cuenta y cómo lo cuenta. Él muestra el ferrocarril como un elemento importante desde la primera escena, el avance de la tecnología y el capitalismo, que permite vertebrar la nación y llevar las enormes cantidades de emigrantes del Este hacia el Oeste. También significa la llegada de la ley y el orden con Stoddard (James Stewart). No obstante, también hay un poso melancólico en John Ford sobre ese cambio: hay algo de lo primitivo que se pierde.

-A priori, el conflicto puede parecer entre Liberty-Doniphon-Stoddard, pero si rascamos, nos sale esta quiniela: Doniphon-Stoddard-Hallie. Al final, Hallie es el centro, como si dijéramos que prácticamente lo único civilizado del Oeste son las mujeres.

-Cierto. Por eso llama la atención que se hable de John Ford como un tipo reaccionario (que no lo era), y de películas construidas a través de hombres, cuando las mujeres son personajes esenciales en su filmografía. Hay un enfrentamiento entre Liberty Valance (Lee Marvin), que es el pasado que no quiere cambiar, y Stoddard, que implica la nueva vida: civilización, ley, orden y política. En el centro están Tom Doniphon (John Wayne) y Hallie (Vera Miles): Tom, porque permite abrir la puerta a la civilización, y Hallie, porque todo lo que ocurre dramáticamente en la película es por ella. Sin Hallie no hay película: es la que toma todas las decisiones, la que impulsa todas las corrientes de la narración. Una mujer muy fuerte.

-El cine de John Ford tiene una potente carga simbólica: el cactus, el tren, el ataúd, el látigo, un libro de leyes, un rancho incendiado… Ford proyecta más cosas de las que tú crees ver…

-Sin duda. Por dos razones: una, por reflexión estética, y Orson Welles lo definió muy bien, ya que dijo que Ford era un poeta y un comediante: poeta porque era capaz de trascender la realidad a través de intuiciones, y comediante porque sabía del valor de la dramatización de la historia. Dos, porque Ford creció en el cine mudo, donde las emociones se establecían a través del diálogo con el público con elementos que sustituyeran la ausencia de palabras. Yo siempre digo que el cine es un milagro, nació totalmente cojo: mudo, cuando nosotros hablamos, y en blanco y negro, cuando el mundo es en color. De esos hándicaps se saca en el cine mudo un lenguaje purísimo, poético, en el que los símbolos resumen la historia en su primer nivel, pero también en el resto de corrientes subterráneas. Por eso Ford utiliza los símbolos: por oficio y por devoción.

-La relación de John Wayne con John Ford era de amor-odio. Creo que usted conoció a John Wayne.

-Era una relación complicada. Ford le empieza a dar papelitos y le convierte en quien es, y se desarrolla una relación paternofilial clarísima, maestro-discípulo, que duró toda la vida. El problema es que Ford era un tipo complejo, con impulsos brutales, casi de sadismo, y eso lo exacerbaba con las personas que más quería o más admiraba. Wayne tuvo que soportar esos episodios debido a esa tutela, una relación con un lado brillante y otro oscuro. Yo conocí a Wayne en el yate de Howard Hawks, en Newport, y tengo que decir que, aparte de ser un armario viviente, como en las películas (y andaba también igual que en las películas), era un tipo culto, hablaba bastante bien español (matrimonió con mujeres hispanas y su epitafio está en español: «feo, fuerte y formal»), y le encantaba la poesía. Leía a William Butler Yeats, e incluso me recitó poemas de Lorca y Machado. Esa idea de un tipo bruto y reaccionario, me parece que hay que matizarla.

-Qué opina del neowestern: ‘The English’, ‘Slow west’, ‘Comanchería’, ‘Hostiles’, ‘La verdadera historia de la banda de Kelly’, ‘Brimstone’…

-Bueno, ahí hay de todo. Yo soy riguroso, y el wéstern hay que conceptuarlo como un género que tiene un paréntesis histórico, finales del XVIII y XIX. A partir de ahí, hay elementos del género que se proyectan sobre sociedades modernas, como en ‘Comanchería’ (2016), por ejemplo. Modernizar el género es complicado, porque hay que traicionar los elementos básicos. Quizás el elemento de más influencia es europeo, Sergio Leone (que a mí no me gusta nada, tengo que decirlo).

-Recomiéndonos más wéstern que le gusten. Cine y literatura, por favor.

-Si hablamos de películas: ‘Río Rojo’ (1953), que representa el wéstern ya instalado, y ‘Centauros del desierto’ (1956). Si libros, cualquier libro de cuentos de Dorothy M. Johnson, la autora del relato en que se basa ‘El asesinato de Liberty Valance’. También tenemos a Jack Shaefer, autor de la novela ‘Shane’, en la que se basa la película ‘Raíces profundas’ (1953), y a A. B. Guthrie, con su novela ‘Bajo cielo inmensos’. Y, por supuesto, la novela de Alan Le May, ‘Centauros del desierto’.

-¿Cuál es su relación con Asturias?

-Fundamentalmente, gracias a José Luis Garci y sus rodajes. José Luis tiene razón cuando dice que Asturias es un plató inmenso. También mi padre nos hizo visitar muchos lugares de España, y entre ellos, veraneamos en Llanes durante tres o cuatro años.

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